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   Según cuenta la leyenda, o se sabe por tradición, en la Batalla de Clavijo había unos guerreros que luchaban con gran valor, y preguntó el Rey: ¿quiénes son esos caballeros tan valientes? y le dijeron: son los caballeros de Villavicencio. Pues a partir de ahora el pueblo se llamará....

Villavicencio de los Caballeros

Escudo de Villavicencio de los Caballeros

SIGNIFICADO DEL ESCUDO DE
VILLAVICENCIO DE LOS CABALLEROS

   Las bandas que miran son de los condes de Castilla a su pueblo y a su villa doy derecho a sucesión.
    En ellos la sangre pura veis de Laín, Calvo y Rasura y su valor soberano que en los dedos de la mano impresas en ellas: figuras.
    El Castillo y el Morrión son de la misma empresa que tienen por sucesión y ostentan esta nobleza.
    Los Villavicencio son los cuales al ver sin miedo los dedos sangrientos puedo afirmar que son por ley tan nobles, que son del Rey señalados con los dedos.

Panorámica de Villavicencio de los Caballeros
Panorámica de Villavicencio de los Caballeros
   Giran unos palomares redondos, remolinos de las tierras secas. Uno de ellos aparece rematado por unas pequeñas almenas, que semejan el barandal de una terraza. Y, en este poblado de casas sin ventanas, uno de los palomares cuadrangular, con sus tejados escalonados y su torrecilla erguida bien pudiera ser la vivienda del señor, o la iglesia. Las palomas con su vuelo blanco, que destaca aún más en compañía del negro vuelo de unos cuervos, van y vienen. Persiguen el silencio, también emplumado, también en vuelo, de la tarde en transparencia y que huele inexplicablemente a arcilla rezumante y a surcos húmedos.
   En Villavicencio, entre los humildes palomares de las casas, destacan también las iglesias y el empaque de algunas viviendas, que aún mantienen en pie el seilorio y la hidalga vejez de sus arquitecturas orgullosas y amplias. "Sí. Aquí ve usted lo que por ley tenía que ver y una muestra de lo que siempre ha ocurrido. Aquí, de siempre, hubo unas cuantas familias con posibles, pero con posibles tan grandes que eran casi exagerados. Y, alrededor de ellas, muchas familias con posibles más bien íiermados o sin posibles, que nacían y vivían para trabajar y para hacer de criados o de obreros; el nombre que más le guste... Ahora, ya eso ha cambiado en parte. Aunque las familias pudientes y más que pudientes siguen existiendo, todo se encuentra como más distribuido. Y, el que más y el que menos, tiene unos trozos de tierra que les puede pisar sin miedo, porque son suyos, o ganado,o tal o cual pertenencia. No para tener que hacer muchos testamentos, pero algo de algo..."
   En la plaza,a donde se asoma la fachada del antiguo Priorato de Benedictinas, unos cuantos hombres ocupan unos bancos. Hasta ellos llegan, desde un bar cercano, las conversaciones de otros hombres que juegan la partida. El ruido de las copas intenta imitar el chasquido de las fichas de dominó. "Por esa puerta que ve usted ahí (y el hombre señala la que centra una tapia, bajo un escudo de piedra) salían en la época de las faenas, en el verano, no quiero exagerarle, pero más de doce pares de mulas. Parecía hasta un desfile; como si fueran a la guerra. Pero, mala guerra iban a ganar porque iban, ya antes de cansarse, con un aire cansino, como si, en vez de descansar, hubieran estado faenando toda la noche. Entonces, ya la casa no era de las monjas, sino de unos particulares... Había haciendas, aquí, en Villavicencio, muy poderosas y hasta disformes de grandes que eran... Se lo digo, porque lo conozco; que me ha tocado ser criado más tiempo del debido y he trabajado lo mío, no se crea." Y el hombre se levanta y patea la plaza con seguridad, como si fuera suya. "Has sido criado y ahora, como eres señorito, pues que trabajen los demás y tú a pasar los ratos aquí en la plaza", le recrimina, en broma, otro de los hombres. "¡San Dios!, no me creo que sea ser muy señorito el tener unas cuantas ovejas y tenerlas que cuidar uno mismo. Las llevo a medias con mi hermano, saben (nos explica), a semanas. Una semana las saca a pastar él y la siguiente yo. Esta semana es la de mi descanso. Ya se descansará él la semana que viene...".
   Ha concluido la partida y del bar van saliendo despacio los jugadores. Alguno de ellos, antes de enfrentarse con el resplandor de la plaza, para proteger su mirada habituada a la suavidad de las penumbras, se ajusta con parsimonia el sombrero, deteniéndose en el umbral en una postura gallarda, en una postura solemne, cual si fuera el protagonista de una película del Oeste. "Sí. En el pueblo hay muchas iglesias (nos comenta otro hombre). Más de las necesarias. Hasta contamos con una que se ha caído. A lo mejor se ha apercibido de que, con tantas, no se iba a ninguna parte. Pero antes no sobraban, no se crea. Todo el mundo a las misas y a los rosarios y a las novenas. Que había, pongo caso, dos mil almas, pues iban a la misados mil quinientas". "¡Anda que tú también. para exagerar, eres el único!", le corta una voz. El hombre se pone serio. "Oye, que no es ninguna mentira, ni ninguna broma, lo que estoy diciendo. Que es que, por lo que tengo entendido, había personas que hasta dos misas oían. Y no eran las menos... Ahora ya todo está más en su lugar."
   Cerca de una de las iglesias, desde la que se asoman con curiosidad algo fatigada, unas cuantas gárgolas maltrechas, un porche de dos columnas sueña con la lluvia. Y, a falta de ella, el aire se resguarda en él, para protegerse del sol que cae, sobre el pueblo reseco, casi en granizada. En el porche alguien ha escrito: "Feo, Dios te salve". "¡Bah! (nos indica una mujer), una bobada o una ocurrencia de alguien que no tenía nada mejor que hacer. ¡Hombre!, si usted empuja para saber algo más, le diré que algún que otro feo sí que puede que haya en Villavicencio, como en todas partes. Ahora que, en lo que respecta a esa frase, el insultar y luego pedir que le salve Dios, o sea, saludarle de esa manera tan sagrada, para mí que no casa ni mucho ni poco."

   En la plaza de Doña Justa Franco se encuentra la residencia de ancianos, que se construyó con la donación que ella hiciera. "¡Natural! Era soltera, pues para qué mejor lo podía dejar". El edificio de la residencia, pintado de blanco, pone una claridad especial en la plaza en donde se encuentra la casa-palacio de los Francos. La carretera pasa por delante. Y a la sombra de la fachada, hombres de diversas edades se reunen en tertulia. Una tertulia en la que se habla poco. En la que cada cual parece hablar consigo mismo o contarle sus secretos y sus cuitas a la carretera en marcha. "Algún asilado habrá entre ellos, pero la mayoría son vecinos del pueblo que están ahí para matar o comerse sin prisas un cacho de tarde." Los hombres (en cuyas miradas y en cuyos ademanes es fácil descubrir un cierto escepticismo, un cierto estoicismo), parecen esperar un toque de clarín para cubrirse con la armadura y para salir a guerrear; con el fin de defender, ante cualquier amenaza, su sosiego, su lento vivir, la calma de las horas que son suyas y que avanzan muy despacio, burlándose de la prisa y de la intranquilidad de los relojes. Se observa en ellos un porte de hidalguía, esa superioridad que da a los hombres el sentirse por encima de los aconteceres, o fatalistamente resignados a que los aconteceres estrangulen el ritmo sosegado de su vida. Y, en la plaza de armas que es la plaza de Doña Justa Franco, son estos hombres los caballeros de Villavicencio de los Caballeros.
"No. Eso que usted tiene delante (nos informa una mujer) no es ningún convento, aunque lo parezca con sus ventanas altas y menguadas. Eso eran gallineros. Eso era un convento de gallinas." Y ríe de su ocurrencia, mientras en algún lugar, uniéndose a su risa, una gallina cacarea a ritmo de carcajada. Por la calle solitaria, otra mujer, sonriente y enlutada, vuelve desde las afueras, regresa desde el campo, con una llave en una mano y con unas ramas verdes en la otra. Y yo pienso que va a depositar ese ramo ante la casa en donde una lápida (en la cual distinguimos el medallón en bronce de un hombre con largas patillas, con expresión de poeta romántico) dice: "Al insigne maestro don Raimundo Fernández del Río que de 1856 a 1898 regentó la escuela de Villavicencio. Recuerdo de sus discípulos." En medio de los balcones poblados de geranios, la placa de mármol finge la lápida de un panteón.
   Desde un grupo,que conversa, nos llega con nitidez: "Aguarda, eso de que por narices no. Eso no es democracia, eso es tiranía...". La torre de la iglesia de San Pelayo, cuando abandonamos el pueblo, se yergue entre las ruinas. Y, con sus sobrias florituras mudéjares, con sus tres pisos de vanos, intenta disfrazarse de palomar, para alejar su aburrimiento. Pero, quizá por respeto, las palomas no se acercan hasta los nidales de sus campanarios vacíos. Al pasar junto a ella, compadecidas, las nubes revolotean, como palomas grises que intentaran ser blancas.


CUADRO DE TECNICA MIXTA,DE UNAS DE LAS PLAZAS DE MI PUEBLO (Mª Luisa Rueda Rueda)
CUADRO DE TECNICA MIXTA, DE UNAS DE LAS PLAZAS DE MI PUEBLO (Mª Luisa Rueda Rueda)