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SEMANA SANTA


   Corría el mes de julio de 1736 cuando Pedro Joza, prior del convento de Nuestra Señora de Fuentes, decidió volver a fundar en Villavicencio de los Caballeros, la Venerable Orden Tercera de San Francisco. En la Regla y Estatutos de esta hermandad, Joza mandó a los hermanos celebrar durante el año los Terceros Ejercicios, una representación de la Pasión por medio del rezo de la Corona Franciscana, que pretendía mantener vivo el recuerdo de los dolores y sufrimientos que pasó Cristo en su pasión.
   El paso de los años y los cambios que éstos fueron introduciendo llevaron a la Venerable Orden Tercera Franciscana de Villavicencio a alterar la celebración de los Terceros Ejercicios hasta llegar a nuestros días. Incluso hubo unos años en los que los Terceros Ejercicios no se celebraron por falta de cofrades. En la actualidad, la Cofradía de San Francisco se encarga de realizar la TERCERA ORDEN el Jueves Santo, por la noche, en la Iglesia de Santa María. En su interior, colocan, de atrás a adelante, una fila de elementos compuesta por una mesa, con un crucifijo, dos calaveras, dos sogas de esparto y dos coronas; una columna; una silla con una caña; una cruz, en posición vertical; y, junto al presbiterio y en el suelo, dos cruces pequeñas. Los cofrades se sitúan en dos filas paralelas a los elementos.
   Atendiendo a las órdenes del mayordomo y siguiendo los rezos del sacerdote, los cofrades se relevarán en los elementos a lo largo de los siete decenarios (misterios) de la Corona Franciscana, dedicados a los dolores de la Virgen María en la Pasión y Muerte de su Hijo.
   Veinticuatro horas depués de la Tercera Orden, los cofrades de San Francisco se encargan de representar el Descendimiento. En el presbiterio de la Iglesia de Santa María, los cofrades se sitúan en torno a una cruz en la que, por la mañana, han colocado una imagen articulada de Cristo. El sacerdote inicia una predicación y, en un momento de la misma, ordena  a los cofrades retirar, uno a uno, el letrero de INRI, la corona de espinas, los clavos de las manos y los pies. Posteriormente, les pide que enseñen la imagen a la Virgen de la Soledad y, tras introducir al Cristo en una urna, da comienzo la Procesión del Santo Entierro.


J. I. FOCES GIL

Con la colaboración de:
Joaquín Díaz, Antonio Sánchez del Barrio, Carlos Blanco, Ángel Cuaresma y Francisco Jiménez (Foto Fran)
DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE VALLADOLID

   Dedicado a Francisco Pascual y Gregorio Serrano (q.e.p.d.), Alejandro Serrano y Alfonso Escudero, cofrades de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. De ellos aprendí que el silencio y la constancia son imprescindibles para conservar una tradición.
   Dedicado a Paula, mi hija, y a todos los niños de Villavicencio, para que mantengan vivo el recuerdo de dos tradiciones de su pueblo.
Nacho


NOTA PREVIA
    Los datos que ofrece este trabajo comencé a reunirlos a principios de la década de los 80, cuando Villavicencio recuperó la celebración de las tradiciones religiosas de la Tercera Orden y del Descendimiento, tras más de diez años de completo olvido.
    A medida que fui leyendo los documentos que me facilitaba el padre claretiano Daniel Garrido -que ha sido párroco de la localidad desde noviembre de 1977 a noviembre de 1995 y que es el auténtico artífice de que se vuelvan a realizar estos dos actos religiosos en la Semana Santa- y después de muchas y entrañables horas de conversación con cofrades de San Francisco, recopilé todos aquellos datos que consideré de mayor interés.
    Aquellas informaciones fueron la base de cuatro reportajes en el diario El Norte de Castilla, en los años 1984, 1985, 1986 y 1992, en los que se detalla el origen, el motivo, la forma de desarrollo y algunas oraciones de la Tercera Orden y del Descendimiento.
    Todos estos datos, que forman parte de la historia de Villavicencio, se incluyen aquí de nuevo junto a algunas referencias de la cofradía de San Francisco y las oraciones que se rezan durante la Corona franciscana.

El autor



INTRODUCCIÓN
   Cuando en 1986 Joaquín Díaz pronunció el pregón de la Semana Santa de Villavicencio comentó que "no siempre el progreso progresa" y comparó el progreso con una tubería que nos puede llevar bastante lejos pero que, como no la demos contenido, no sirve para nada. Estoy cada vez más convencido de la gran verdad que encierra aquel comentario y que su autor explicó así: "El contenido está ahí, en el pasado, en la historia. Necesitamos el agua que vivifique nuestras futuras cosechas y ese agua está muy cerca de nosotros; está bajo nuestros pies. A veces no podemos verlo y es preciso excavar un pozo, profundizar en el espacio y en el tiempo para descubrir el rico venero que fecundará nuestras tierras. Para mí ese manantial abundante y fértil está en la tradición; en la sabiduría transmitida de padres a hijos. En la fe y en el ritual que le acompaña. En el fondo y en la forma de esa raíz que nos une a este suelo y al acontecer histórico de sus habitantes, nuestros antepasados".
   Este trabajo está basado en un doble objetivo: En primer lugar, reunir en una obra datos y fotografías sobre dos tradiciones religiosas (la Tercera Orden y el Descendimiento) que se celebran durante la Semana Santa en Villavicencio de los Caballeros (localidad situada en Tierra de Campos, al norte de la provincia de Valladolid). Desde finales de la década de los 60 y hasta principios de los años 80, las dos celebraciones cayeron en el más injusto de los olvidos y, gracias al esfuerzo y la decisión de los miembros de la cofradía de San Francisco y de un grupo de vecinos, animados por el párroco de la localidad, fueron recuperadas y se mantienen en la actualidad. En segundo lugar, este proyecto permite ofrecer la opinión de cuatro expertos (Joaquín Díaz, Antonio Sánchez del Barrio, Carlos Blanco y Ángel Cuaresma) con una inmejorable trayectoria profesional y humana en el estudio del mundo rural y de las tradiciones de la provincia de Valladolid y de Castilla y León. Estas cuatro opiniones permitirán situar estas dos tradiciones de Villavicencio en el conjunto de las que se desarrollan en la región.
   Si echáramos la vista atrás tan solo 25 años, encontraríamos que Villavicencio tenía una población de derecho de  674 habitantes. Hoy, cinco lustros después, esa cantidad se ha reducido casi a la mitad. Actualmente los habitantes de derecho de la villa son 367. Para mí, que he nacido y me he criado en Villavicencio, este dato es escalofriante. Y se hace aún más duro cada vez que pienso qué ocurrirá con el pueblo dentro de otros 25 años. ¿Qué futuro tendrá? De ese futuro dependerá la continuidad de la Tercera Orden y del Descendimiento.
   Quiero concluir estas líneas dando mi agradecimiento más sincero a Joaquín Díaz, Antonio Sánchez del Barrio, Carlos Blanco y Ángel Cuaresma. Los cuatro no tardaron ni un segundo en responder favorablemente a la petición de colaborar en este proyecto. Los cuatro conocen la forma de vida, las tradiciones, la historia y el arte de Villavicencio de los Caballeros. Y los cuatro, de una u otra forma están ligados a esta villa de Tierra de Campos. Su aportación, los datos recogidos en el pueblo y el trabajo gráfico realizado durante la Semana Santa de 1994 por otro enamorado de Villavicencio y del medio rural, el fotógrafo Francisco Jiménez, Fran, permiten ofrecer como resultado esta obra.
También quiero reconocer y agradecer los valiosos comentarios que, a lo largo de inolvidables conversaciones, me hicieron hace ya bastantes años algunos cofrades de San Francisco, como Gregorio Serrano, Francisco Pascual,  Jesús Palenzuela, Octavio Morejón y Alejandro Gil (que han fallecido) y Alejandro Serrano y Alfonso Escudero. Sin su ayuda no habría sido posible completar aspectos importantes de la evolución de la Tercera Orden.
   Finalmente, deseo hacer extensivo el reconocimiento y agradecimiento a todos aquellos que desde la Parroquia de Santa María, la Junta Local de Semana Santa, el Ayuntamiento (de Villavicencio) y la Diputación Provincial de Valladolid animaron y apoyaron la idea de ejecutar este trabajo.
José Ignacio Foces Gil
Villavicencio de los Caballeros
Enero, 1995



   La elaboración de esta obra ha sido posible gracias al trabajo desinteresado de:

  • JOSE IGNACIO FOCES GIL (Villavicencio de los Caballeros, 1963). Redactor de prensa. Inició su actividad profesional en el diario El Norte de Castilla en el año 1986. En julio de ese año se incorporó a la delegación de El Norte de Castilla en la localidad vallisoletana de Medina del Campo, donde permaneció hasta febrero de 1993. Ese mes, pasó a formar parte del equipo de redactores de la sección de Castilla y León de El Norte de Castilla en Valladolid, donde permanece desde entonces. En junio de 1994 le fue concedido el Premio Ecoperiodista en la modalidad de prensa, por un reportaje titulado "Tras las huellas del oso pardo", publicado en 1993.
  • JOAQUÍN DÍAZ GONZÁLEZ (Zamora, 1947). Etnólogo. Director del Centro Etnográfico que lleva su nombre y director de la Revista Folklore. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción y titular honorífico de la Cátedra de Estudios sobre la Tradición de la Universidad de Valladolid. Es autor de medio centenar de libros sobre cultura tradicional y de cuarenta discos sobre música tradicional. Su relación con Villavicencio de los Caballeros se intensificó a partir de 1986, cuando pronunció el pregón de la Semana Santa.
  • ANTONIO SÁNCHEZ DEL BARRIO (Medina del Campo, 1960). Licenciado en Historia. Subdirector del Centro Etnográfico Joaquín Díaz y secretario de la cátedra de Estudios sobre la tradición de la Universidad de Valladolid. Tiene publicados doce libros sobre temas etnológicos e históricos. Su relación con Villavicencio data de finales de la década de los 80, cuando visito la villa para conocer varias viviendas con el fin de realizar un estudio sobre la arquitectura de la zona.
  • CARLOS BLANCO ALVARO (Segovia, 1955). Periodista. Técnico en Radiodifusión y Televisión. Actualmente es jefe de programación de la Cadena Ser en Valladolid. Desde hace varios años es columnista de las páginas de El Norte de Castilla. Autor y coautor de varios libros y trabajos sobre etnografía y cultura tradicional en Castilla y León. En 1986 realizó un programa de televisión sobre la Semana Santa de Villavicencio de Los Caballeros, dentro del espacio cultural que dirigió y presentó en el Centro Territorial de Televisión Española de Castilla y León de 1985 a 1987. También ha publicado artículos y ha realizado programas radiofónicos sobre la Tercera Orden y el Descendimiento de Villavicencio.
  • ANGEL CUARESMA RENEDO (Valladolid, 1967). Periodista. Inició su actividad profesional en la Cadena Cope de Valladolid en 1988. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, forma parte de la redacción de los servicios informativos de la Cadena Cope de Valladolid, en la que diariamente dirige el programa "Protagonista el campo". Colabora con el diario ABC y es corresponsal de la agencia Europa Press. Ha dirigido varios programas de radio dedicados a las tradiciones de la Semana Santa de Villavicencio de los Caballeros. En junio de 1995 le fue concedido el Premio Ecoperiodista 1994, en la modalidad de radio.
  • FRANCISCO JIMENEZ DEL BOSQUE, FRAN (Medina del Campo, 1953). Fotógrafo. Colaborador gráfico de El Norte de Castilla. En 1991 ganó el primero premio del Certamen de Fotografía de la Semana Santa de Medina del Campo. En 1994, obtuvo el tercer Premio de Fotografía Deportiva "V Centenario del Tratado de Tordesillas". En 1995 le fue concedido el Premio Ecoperiodista 1994, en la modalidad de fotografía. Estrechamente vinculado a Villavicencio de los Caballeros, ha elaborado amplios trabajos gráficos sobre la Iglesia de Santa María de este villa, los palomares de la localidad y la Tercera Orden y el Descendimiento.
INDICE
  1. La Tercera Orden y el Descendimiento, por José I. Foces Gil. 
  2. Las Cofradías y la Tercera Orden, por Joaquín Díaz. 
  3. La representación del Descendimiento. Notas sobre sus antecedentes, por Antonio Sánchez del Barrio. 
  4. La Pasión de Villavicencio, por Carlos Blanco. 
  5. Defender la tradición, por Angel Cuaresma.
   

 LA TERCERA ORDEN Y EL DESCENDIMIENTO

Por José I. Foces Gil

EL LIBRO DE LA REGLA Y LOS TERCEROS EJERCICIOS

   La Venerable Orden Tercera, conocida en Villavicencio de los Caballeros como Cofradía de San Francisco, fue nuevamente fundada el 26 de julio de 1736 por Pedro Joza, prior y guardián del convento de Nuestra Señora de las Fuentes, de la vecina localidad de Aguilar de Campos, según consta en el libro de la Regla y Constituciones de esta hermandad, que se guarda en el Archivo Parroquial de Villavicencio. Este libro ha permitido conocer, con todo lujo de detalles, cómo, cuándo y por qué se fundó esta cofradía y de qué forma se creó el acto que hoy en día es conocido por todos los vecinos de esta villa como la Tercera Orden, nombre que toma del de dicha hermandad.
   La Tercera Orden es una representación de la Pasión de Jesucristo, desde el juicio de Pilatos hasta la muerte en la cruz. Lejos de mantener algún parecido con una obra teatral, se desarrolla rezando la Corona franciscana (mientras que el Rosario consta de cinco misterios, la Corona tiene siete que reciben el nombre de decenarios).
   En la Regla y Constituciones de la Venerable Orden Tercera este acto recibía el nombre de Terceros Ejercicios y en su desarrollo, desde que se fundó la cofradía hasta ahora, hay que distinguir tres etapas (al menos de tres existen referencias): La primera transcurre desde 1736 hasta el pasado siglo. La falta de documentación y de testimonios que hubieran podido pasar de padres a hijos impide concretar con exactitud cuándo concluye este periodo y, sobre todo, por qué en un momento determinado se decide la introducción de significativas modificaciones, tanto en los días de celebración como en la forma de desarrollar los Terceros Ejercicios. Una segunda etapa transcurriría desde finales del siglo pasado hasta casi 1970 (posiblemente un par de años antes, pero es una fecha en la que no existe unanimidad entre 105 testimonios recogidos). Y la tercera etapa, la actual, comenzó a principios de la década de los 80 y aún continua.
   El capítulo segundo de la Regla de la cofradía mandaba celebrar los Terceros Ejercicios desde el día de la Cruz. 14 de septiembre, "cayendo en viernes y, si no, el domingo siguiente hasta el domingo más próximo a San Juan de Junio, todos los domingos de cada semana en la Iglesia de Santa María".
   Llama la atención la referencia a la fecha del 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Cruz, puesto que ese día se celebra en Villavicencio de los Caballeros la fiesta patronal, en honor del Santo Cristo de la Gracia.
   Ochenta y seis años antes de que se refundara la Cofradía de San Francisco (según datos del Archivo de la Parroquia de Santa María) y de que se ordenara la celebración de los Terceros Ejercicios, se constituyó en la villa la Cofradía del Cristo de la Gracia. con el nombre de Cofradía de la Pasión de Nuestro Señor. Su principal función era la de honrar y fomentar la devoción hacia el Santo Cristo de la Gracia, cuya imagen se venera en la Iglesia de San Pedro. La devoción que vio el obispo de León en el pueblo de Villavicencio hacia esta imagen, durante una visita que realizó en 1650, le llevó a promover la creación de esta cofradía. Sin embargo, no existe ningún documento que pueda permitir relacionar el comienzo de los Terceros Ejercicios el 14 de septiembre con la fiesta patronal de la villa.
    Para conocer el desarrollo de la Tercera Orden durante la primera de las tres etapas anteriormente indicadas, creo que lo más lógico es volver al libro de la Regla y Constituciones de la Venerable Orden Tercera, donde se explica qué es lo que tenían que hacer los cofrades durante el rezo de la Corona Franciscana. El capítulo 3 de la Regla ordenaba: "Tenga la Orden Tercera en la Iglesia de Santa María para los ejercicios una mesa en que se pondrá una imagen de Cristo crucificado, dos calaveras, dos candeleros con velas y cruces grandes arrimadas a la mesa, como también dos sogas de esparto, dos coronas de espinas, más delante una cruz grande, una columna, una soga y corona y por remate un escabel con una corona y una caña".


Cofrades preparados para "pasear las cruces"
Cofrades preparados para "pasear las cruces".

 
Cofrade de la Caña, durante el rezo de un decenario
Cofrade de la Caña, durante el rezo de un decenario

   El capítulo 5 de la Regla explica "el orden que han de guardar en los ejercicios":
   "Al tocar de la oración, o media hora antes, todos los domingos se juntarán los hermanos en la Iglesia de Santa María y en ella entrarán con modestia, silencio y compostura. Tomarán asiento, quitarán las capas y sombreros y se pondrán de rodillas, hasta que el Padre Visitador o quien presidiere, diga y haga la señal con la campanilla. Y hecha, se postrarán todos en tierra. Y el Padre Visitador o quien presidiere, dirá: Adjutorio nostrum Ctª. Y dará una vuelta con el aspersorio a todos los hermanos así postrados. Después dirá con los hermanos la confesión y les dará la absolución. Misereatur Vestri. Luego hará la señal con la campanilla y los hermanos se levantarán y sentarán. Después de esto, leerá en un libro espiritual el punto que le apeteciere. Y acabado se pondrán todos de rodillas y harán un acto de contricción. Y comenzará la meditación que durará por espacio de media hora. Y en el distrito de ella harán en tres intervalos tres jaculatorias. Acabada, se hará señal con la campanilla, se levantarán todos en pie y puestos por su orden en dos filas, y el Visitador, ministro o presidente en su asiento comenzará a rezar la Corona a María Santísima Nuestra Señora. Y en el interín se harán las penitencias que se acostumbra por las personas que el maestro de ceremonias nombrare, mudándolas de decenario en decenario. Acabada la Corona y letanía si el presidente tuviere que reprender; lo hará. Y hecha ésta, se pondrá en medio de la Iglesia una calavera con dos velas a los lados y, reclinado en ella un hermano en forma de difunto, cantarán un responso. Luego mandará el padre Visitador o presidente que todas las hermanas se salgan fuera de la Iglesia y cerradas las puertas se tendrá la disciplina que durará mientras se canta el Salmo de Miserere y de Profundis, con los antífonas Christus factus est, Salve Sancte Pater, con sus versos y oraciones y se concluirá con acto de contricción encomendando algunas aves marías por la exaltación de la Santa Iglesia Católica. Y los hermanos limosneros se pondrán a la puerta a pedir limosna".
   Tras la lectura de este capítulo de la Regla de la Venerable Orden Tercera, surgen inmediatamente dos preguntas: ¿Para qué servían los elementos que ordenaba el capítulo 3? ¿Qué es lo que tenían que hacer en ellos los cofrades? Las respuestas las dará el relato de cómo se realiza este acto religioso desde finales del siglo pasado.
    Aunque la Regla establecía que los Terceros Ejercicios se celebraran todos los domingos entre mediados de septiembre y finales de junio, no cerraba la puerta a la posibilidad de que también se desarrollaran otros días. Así, el capítulo 11 señala que "si al Padre Visitador y al Ministro les pareciese conveniente, los haya (los Terceros Ejercicios) otro algún día más. Podrán mandar tocar a ellos y andar el Vía Crucis a que se exhorte a los hermanos y hermanas se junten con diligencia y buen celo para más copioso fruto de las almas. Y se advierte que los hermanos que faltaren se les previene que por cada vez que faltaren a los ejercicios se les multará en ocho maravedíes por primera y segunda vez y por la tercera se les multará en un real. Y si faltaren más se dará cuenta al padre Visitador para que tome providencia".
   Además, si un hermano o hermana de la Tercera Orden fallecía en un domingo en el que corresponda celebrar Terceros Ejercicios, éstos eran rezados por su alma y los dos domingos siguientes se visitaba el Vía Crucis, ofreciéndolo también por el eterno descanso del difunto.

Los hermanos intercambian puestos en los elementos
Los hermanos intercambian puestos en los elementos

En el sexto decenario, los hermanos que "pasean las cruces" permanecen junto al cofrade de la columna.
En el sexto decenario, los hermanos que "pasean las cruces" permanecen junto al cofrade de la columna

DEL GOBIERNO DE LA ORDEN

   Para el gobierno de la Orden Tercera, la Regla ordenaba que, además del Padre Visitador "y otro en su nombre" se nombraran todos los años, el día de San José, un ministro, un coadjutor, dos discretos eclesiásticos "si los hubiere" y dos seglares. "y si no cuatro seglares en la mejor forma que se pudiere", un secretario. un vicario del Culto Divino, dos enfermeros, un limosnero, un sacristán, un muñidor. un portero y dos celadores (las funciones de estos cargos no vienen explicadas en la Regla).
   Para renovar los cargos, los hermanos se juntaban en la Iglesia de Santa María bajo la presidencia del "reverendo padre Guardián, o Visitador o quien tuviere de ellos las veces". El ministro saliente proponía para renovar este cargo a dos hermanos. "los más beneméritos". Presentados los candidatos, el secretario repartía a cada cofrade dos habas, una negra y otra blanca, que se echaban cada una en una jarra "con la advertencia de que la negra señala negarle el voto; y esto se haga en parte secreta para que no se sepa quien da o quita votos". El recuento de los votos se realizaba en presencia del presidente quien sólo en caso de empate entre los candidatos tenía doble voto. El mismo procedimiento se seguía en la elección de los discretos y del resto de los oficiales.
   El que quería entrar en la Orden Tercera lo comunicaba a la hermandad y los oficiales diputados le interrogaban sobre su oficio. estado "y calidad". Le exigían que su "edad pasara de 20 años, poniéndole delante las condiciones de la Orden". Hecho esto, "si le parecía bien", era vestido con el hábito "según que la Orden viste. Y para su recibimiento tenía que llevar una vela de quarterón y 4 reales en dinero, los que entregarán al síndico y la vela tendrán encendida en tanto que se la dan".
   La Regla permitía a los cofrades profesar en la Orden pasado un año del ingreso en la cofradía y, en su capítulo sexto, obligaba a los hermanos y hermanas a confesarse y comulgar el cuarto domingo de cada mes "en forma de comunidad" en una misa que se celebraba en la Iglesia de Santa María. Para ello, al Ofertorio de la misa, cada hermano recibía una vela, que era repartida por el muñidor y el sacristán. Con las velas encendidas, los hermanos iban a comulgar de dos en dos. comenzando por los más antiguos y finalizando por las hermanas. Hasta que no concluía la misa no podían apagar las velas. 
   El capitulo ordenaba que "en dichos días por la tarde" (el cuarto domingo de cada mes). los hermanos y hermanas debían ir a la Iglesia de Santa María a hacer oración "para ganar la indulgencia plenaria" y asistir a la Procesión del Cordón. Para esta procesión, el muñidor y el sacristán repartían velas entre los hermanos y hermanas. Terminada la procesión, recogían las velas, rezaban la Corona Franciscana (la Regla no hace en este apartado ninguna referencia a los Terceros Ejercicios) y luego hacían "las penitencias que se acostumbran".
   Los capítulos 8, 9 y 10 explican otras celebraciones de la Orden Tercera, coincidiendo con tres festividades.
   "Cántese una misa en la infraoctava de Todos los Santos, en la Iglesia, por los hermanos y hermanas difuntos y por los bienhechores de la Orden".A esta misa, según ordenaba el capítulo octavo, tenían que asistir todos los hermanos y hermanas y los que no lo hacían eran sancionados con dos reales, excepto en los casos de encontrarse enfermos o fuera de la villa. El hermano portero y el sacristán eran los encargados de repartir la cera entre los hermanos y hermanas. cera que ardía "hasta acabada la misa y un responso por los difuntos. Y se andará la procesión como se acostumbra". Los hermanos y hermanas reciban el aviso de asistir a esta misa el domingo antes, de acuerdo con la decisión que adoptara el ministro.
   El 17 de septiembre de cada año. "en que cae la fiesta de las Llagas de Nuestro Padre San Francisco" los hermanos y hermanas celebraban su fiesta con toda solemnidad, como mandaba el capítulo noveno de la Regla, con misa cantada, procesión y sermón. Veinticuatro reales para el sermón y dos y medio para la misa eran las cantidades que recibían el predicador y el sacerdote que oficiaban la Eucaristía. La sanción para los cofrades por no asistir era el pago de un real. excepto en los casos de ausencia o enfermedad. La Regla permitía trasladar la fiesta al domingo siguiente al 17 de septiembre "si pareciere por lo ocupado del tiempo".
   El 4 de septiembre de cada año, "día de Santa Rosa de Viterbo, hija de la Tercera Orden a quien se toma por protectora", las hermanas celebraban la fiesta con la misma solemnidad que la de las Llagas de San Francisco. La Regla fijaba unas cantidades iguales para estipendio por el sermón y la misa y sanciones similares por no asistir. También permitía trasladar esta fiesta al domingo más próximo "si por la ocupación del tiempo no se pudiere hacer la fiesta en dicho día". En estas dos festividades, los hermanos y hermanas estaban obligados a confesarse y a comulgar. Todas las multas que se imponían por las sanciones eran aplicadas para gastos de la Orden.

LA TERCERA ORDEN
   Para continuar con la explicación del acto de la Tercera Orden es necesario dar un imaginario salto en el tiempo que nos lleva a situarnos a finales del pasado siglo. Varios cofrades me han asegurado que cuando ellos entraron (alguno se ha remontado en sus recuerdos más de cincuenta años) la Tercera Orden se celebraba de la misma forma que ahora. Incluso han apoyado esta afirmación en testimonios que a ellos les llegaron de personas que vivieron en la época de sus abuelos.
   Por tanto, puesto que sobre la base de esos testimonios no hay en la forma ninguna diferencia, considero que es más lógico explicar cómo se realiza en la actualidad la Tercera Orden y más adelante aclarar las diferencias con el desarrollo del acto antes de que dejara de celebrarse a finales de la década de los sesenta.
   Jueves Santo. Iglesia de Santa María. Apenas han transcurrido dos horas desde que el sacerdote trasladó el Santísimo hasta el Monumento, instalado en la Capilla de la Pasión, en la nave de la Epístola. Los cofrades de San Francisco, una vez que los fieles han salido del templo, tras los oficios, han retirado la mesa de altar del presbiterio y los bancos, dejando libre el espacio de dos tercios, aproximadamente, de la nave central. Desde atrás a adelante, han colocado una estera, en la que se arrodillará el sacerdote durante la Tercera Orden y un cofrade que, con una campanilla, irá marcando los decenarios. Junto a la estera, una mesa sobre la que han colocado una imagen de Cristo crucificado, dos calaveras, dos sogas y dos coronas; más adelante, una pequeña columna, con una corona y una soga; a continuación, una pequeña banqueta, con una corona y una soga; más adelante, una cruz grande, en posición vertical, de cuyos brazos cuelgan dos argollas, y una corona y una soga; y, rematando la fila que forman estos elementos, dos cruces pequeñas apoyadas en las escaleras del presbiterio, y en cada cruz, una corona y una soga.
   Antes de que el reloj marque las diez y media de la noche, todos los cofrades de San Francisco (y otros vecinos del pueblo que colaboran con ellos en el desarrollo del acto) se reunen en la sacristía de la Iglesia, vistiendo los hábitos franciscanos. El sacerdote lleva una capa roja, con la que oficiará la Tercera Orden. Antes de salir a la Iglesia, el hermano que se encargará de actuar de maestro de ceremonias entrega al sacerdote el libro de oraciones que durante el año, junto a las coronas, las sogas de esparto y las calaveras, está guardado en un arca en el coro de la Iglesia.
   Cuando lo ordena el sacerdote, los hermanos se dirigen hacia la nave central del templo y se colocan junto a la mesa en dos filas paralelas a la que forman los elementos. El sacerdote se sitúa detrás de la mesa y, a su lado, un cofrade con una campanilla que ordenará los tiempos de los decenarios (la disposición de los cofrades y de los elementos puede comprenderse mejor viendo el siguiente gráfico):

Las flechas indican el camino que siguen los hermanos que llevan las cruces pequeñas al hombro desde que salen del Presbiterio
Las flechas indican el camino que siguen los hermanos que llevan las cruces pequeñas al hombro desde que salen del Presbiterio
   Al toque de la campanilla, el sacerdote dice "Corona a María Santísima" y los cofrades de las filas se arrodillan. El sacerdote comienza el rezo de la Corona con la oración de ofrecimiento:
   "A vuestras purísimas plantas, Sacratísima Virgen María, Madre de Piedad y Misericordia, deseo llegar, humilde, agradecido y devoto a ofreceros, como os lo ofrezco, el corto obsequio de este santo ejercicio. Lleva la recomendación de ser elección de vuestro beneplácito para seros sacrificio gustoso. Y así, os suplico, ¡Oh, Piadosísima Madre!, dispongáis el que ceda en honra y alabanza de la Santísima Trinidad, y Vuestra, y de todos los cortesanos de esa Celestial Patria; en memoria, reverencia y culto de vuestros soberanos gozos y sagrados misterios a que se encamina, en medio de todas las necesidades de nuestra Santa Madre Iglesia, espiritual aprovechamiento nuestro y alivio de las Benditas Almas del Purgatorio para que libres de sus penas suban cuanto antes a veros y alabaros en perdurable gloria. Amén"

   El libro que utiliza el sacerdote para rezar la Tercera Orden define y explica qué es la Corona franciscana de la siguiente forma: "Aunque el Rosario entero consta de quince dieces, se suelen de ordinario rezar sólo cinco que es la tercera parte. La Corona consta de siete dieces, un Padre nuestro, tres Ave-Marías y un Gloria Patri. Los siete dieces en reverencia de los siete principales gozos de la Virgen Santísima; las dos Ave-Marías para el número de 72 por los años que su Majestad vivió en la tierra; y Gloria Patri por la intención del Sumo Pontífice que concedió las Indulgencias".
   Y añade: "Son muchas las concedidas [indulgencias] por Rosario y Corona; y rezándose ésta, en que aquél se incluye, se puede formar intención de ganar unas y otras. Todo hijo e hija de nuestras tres órdenes seráficas (Orden Primera, de religiosos menores; Orden Segunda, de señoras pobres; y Orden Tercera de Penitencia, según recoge el libro de la Corona) y cuantos comunican nuestros indulgencias tienen Indulgencia plenaria (con otros muchas) para cada vez que rezan la corona".
   El libro continúa explicando que aunque los principales misterios de la Corona son los gozosos, "conforme revelación que a un novicio nuestro hizo su Majestad de donde tuvo origen devoción tan importante", se incluyen el resto de misterios
"ya por contemporizar con los devotos, ya por considerar que la veneración de todos, así como en su Rosario, será en su Corona de especial agrado de tal Madre, a cuyo amor fueron, como los gozos glorias, gloriosas las penas por utilizar a los almas".   Volvamos al desarrollo del acto. Mientras el sacerdote lee el Ofrecimiento de la Corona, el maestro de ceremonias, que suele ser uno de los cofrades con más años de antigüedad en la hermandad, se dirige a los hermanos de las filas y ordena a cinco de ellos que dejen su puesto y vayan a uno de los elementos, diciéndoles: "Vete a la caña; vete a la columna; pasea una cruz;  pasea una cruz;  vete a la cruz grande".
   Antes de abandonar la fila, los cinco cofrades besan el suelo. Al llegar a cada elemento, besan también el suelo, cogen la corona y la soga de esparto, las besan y se las colocan alrededor del cuello (la soga) y en la cabeza (la corona), y permanecen arrodillados junto a cada elemento. Los que se han dirigido a las cruces pequeñas, las cogen, las besan y se las colocan sobre el hombro derecho.
   La mesa con las calaveras y la imagen de Cristo crucificado representa el juicio de Pilatos; la columna, los azotes de los soldados a Cristo; la silla con la caña, la coronación de espinas; la cruz grande, la crucifixión; y los cofrades con las cruces pequeñas al hombro, los soldados romanos y el pueblo judío.
   Concluida la oración de ofrecimiento, el sacerdote dice: "Misterios gozosos" (porque son los que corresponde rezar por ser jueves) y, tras una pausa, añade: "Primer decenario. Al singular gozo de la Virgen en la encarnación del Divino Verbo. ¡Oh, Purísima Virgen María, refugio de pecadores!, este decenario os ofrezco en memoria del singular gozo que en vuestra alma tuvisteis al concebir en vuestros virginales entrañas al mismo Hijo de Dios y vuestro, nuestro señor Jesucristo. Yo os suplico, Clementísima Madre, pidáis a su Majestad haga nuestros corazones digna morada suya por su Gracia, con que unidos por caridad a tan Sumo Bien nada deseemos más que servirle, para eternamente alabarle. Amén".
   Una vez que se ha rezado el Padre nuestro, el cofrade que está junto al sacerdote hace sonar la campanilla. Los hermanos de las filas se ponen de pie; los de una fila extienden los brazos en forma de cruz y los de la otra se cruzan de brazos; el hermano de la columna se levanta y coloca sus manos sobre este elemento; el de la caña, se sienta en la banqueta; el de la cruz grande se coloca sobre ella con los brazos extendidos y las manos apoyadas en dos argollas; y los cofrades de las cruces pequeñas se levantan, hacen una genuflexión y comienzan a andar, cruzándose en el presbiterio. Lentamente, se dirigen con la cruz al hombro hacia la mesa desde la que el sacerdote reza la Corona franciscana; delante de ésta, se vuelven a cruzar y se detienen junto al hermano que está en la columna. Muchas veces oí comentar a los cofrades de más edad que los que sólo realizan bien la Tercera Orden son los hermanos que
"saben pasear los cruces". Por "pasear las cruces" se entiende el recorrido que hacen los cofrades que portan al hombro las cruces pequeñas. El "secreto" de este "paseo" consiste en llegar a la altura del cofrade de la columna y hacer una genuflexión justo en el momento en el que el sacerdote reza el gloria del decenario.

Los cofrades que "pasean las cruces" llegan junto al hermano que está en la columna
Los cofrades que "pasean las cruces" llegan junto al hermano que está en la columna


Los cofrades esperan el relevo
Los cofrades esperan el relevo

   En ese momento, el cofrade mayor vuelve a hacer sonar la campanilla. Los hermanos de las filas se ponen de rodillas y el sacerdote dice: "Segundo decenario. Al singular gozo de la Virgen al visitar a su prima Santa Isabel. ¡Oh, Soberana Reina de los Angeles, Arca y Santuario de Dios!, este decenario os ofrezco en reverencia del gozo que tuvisteis en la misteriosa visita de vuestra prima Santa Isabel, en que ella, ilustrada de Dios, conoció vuestro Divino Tesoro, y el precursor en su vientre quedó santificado. Y os suplico Madre de Piedad, nos visitéis con vuestro Divino Hijo para que ilustrados con su luz, e inflamados con incendios de caridad, logremos el conocerle para servirle, y eternamente gozarle. Amén!".
   Tras rezar el Padre nuestro, el cofrade de la mesa hace sonar la campanilla y los hermanos de las filas se ponen de pie, extendiendo los brazos los que antes los tuvieron cruzados y viceversa. Los hermanos con las cruces al hombro comienzan a andar lentamente y se dirigen de nuevo hacia el presbiterio. "Pasear una cruz como Dios manda -contaba un cofrade de San Francisco que ya ha fallecido- obliga también a hacer la genuflexión ante el altar mayor cuando el cura reza el Gloria". Suena de nuevo la campanilla, y los cofrades de las filas se ponen de rodillas.
   Concluido el segundo decenario, el maestro de ceremonias ordena a otros cinco cofrades que releven a los que están en los elementos. Besan el suelo, abandonan las filas y se dirigen a los elementos. Al llegar a éstos, se arrodillan junto al cofrade al que van a relevar y besan el suelo. Los que ya estaban en los elementos se quitan la corona y la soga, las besan y se las entregan a los que los sustituyen quienes, tras besarlas, se las colocan alrededor del cuello y en la cabeza. Los de las cruces pequeñas también las entregan, tras besarlas y los que las reciben, que también las besan, se las colocan sobre el hombro.
   El sacerdote dice: "Tercer decenario. Al singular gozo de la Virgen en su virginal y purísimo parto. ¡Oh, Madre del Amor Hermoso, Purísima Aurora de la Gracia! este decenario os ofrezco en memoria del singular gozo que habéis tenido al dar; para remedio del mundo, al Unigénito del Eterno Padre, y vuestro, quedando Virgen antes, en el parto y después del parto: Y os suplico, Purísima Virgen Madre, que pues por tal Nacimiento nos dieron los Ángeles parabienes de paz, hagáis sea tal la fraternal unión de nuestros corazones que pasemos a ser Ángeles por caridad y gracia para acompañaros con tan Divino Dueño, en eternidades de Gloria. Amén".
Tras rezar el Padre nuestro y sonar la campanilla, los cofrades de las filas se levantan y se colocan unos con los brazos extendidos y los de enfrente con ellos cruzados; los que han sido relevados de los elementos besan el suelo y abandonan el lugar para regresar a su puesto en las filas donde, al llegar y besar el suelo, se colocan tal y como están sus compañeros; los que han llegado a los elementos vuelven a ejecutar los mismos pasos que los anteriores en el primer y segundo decenarios.
   Los movimientos y cambios en los elementos se repetirán al final del cuarto decenario que se reza "Al singular gozo de la Virgen en la Adoración de los Reyes". La oración de este cuarto decenario es: "¡Oh, Santuario de Dios, Altar puro del mejor Holocausto! este decenario os ofrezco en memoria de vuestro singular gozo, cuando adorando rendidos a vuestro Unigénito los tres Reyes, humildes y devotos le ofrecieron sus dones: Y os suplico, Soberana Reina, alcancéis que guiados de Vos, Soberana Estrella de la Gracia, seamos para tanto Dios sacrificio grato con Oro de caridad, Incienso de religiosa oración y Mirra de heroica penitencia, para adorarle por eternidades en el Santuario de la Bienaventuranza. Amén".
   Mientras el sacerdote reza esta oración. el maestro de ceremonias repite las órdenes que ya formuló al término del segundo decenario y se realizan de nuevo los cambios de cofrades en los elementos. de la misma forma que ya hicieron al comienzo del tercer decenario. Cuatro de los cinco cofrades que ahora toman el relevo permanecen en los elementos hasta que concluye la Corona Franciscana con el rezo del séptimo decenario.
   El quinto decenario se reza "Al singular gozo de la Virgen en el hallazgo del Niño Dios, ¡Oh, Enamorada Esposa del Cordero, centro del más finoamor! este decenario os ofrezco en veneración de vuestro singular gozo, cuando buscando por las calles y plazas de Jerusalén a vuestro amado, le hallasteis en el Templo enseñando a los sabios, como Divino Maestro: Y os suplico, amantísima Madre, nos comuniquéis parte de vuestro celestial celo, para que buscando a cara descubierta a tan amante Dios, le hallemos en esta vida por gracia, para poseerle en la otra por gloria. Amén".
   La oración del sexto decenario, "Al singular gozo de la Virgen al ver resucitado a su Unigénito", es: "¡Oh Hermosísima Luna de Gracia, sin el menor menguante de culpa! este decenario os ofrezco en memoria y culto de vuestro singular gozo, cuando privilegiándoos de primera os apareció resucitado, llenándoos de soberana gloria el Divino Sol de Justicia: Y os suplico Madre y Abogada nuestro, nos alcancéis el que por verdadera penitencia y confesión entera de nuestros culpas resucitemos todos con tal Dueño a nueva vida de gracia para verle y gozarle en vuestra compañía por eternidad de Gloria. Amén".
   El séptimo y último decenario, "Al singular gozo de la Virgen en su gloriosa asunción" concluye con la siguiente oración, tras rezarse un Padre nuestro, diez ave marías y un Gloria: "¡Oh, emperatriz de los Cielos, amada Hija del Padre, querida Madre del Hijo, y dilecta Esposa del Espíritu Santo! este decenario os ofrezco en reverencia de vuestro singularísimo gozo, al ser en cuerpo y alma ensalzada al Empíreo sobre todas las Celestiales Jerarquías y coronada por Reina de todas los criaturas: Y os suplico, Soberana Emperatriz, hagáis sea tal mi vida que con aumentos de méritos sea mi muerte en gracia para veros y alabaros en eternidad de Gloria. Amén".
   Volvamos al rezo del quinto decenario. Al concluir el Gloria y llegar los hermanos que pasean las cruces a la altura del cofrade que está en la columna, se detienen y permanecen en ese lugar hasta después del Padre nuestro del séptimo decenario. Al comienzo del sexto decenario, antes de ponerse de pie los hermanos de las filas, el maestro de ceremonias se acerca a un cofrade de las filas, ordenándole que le siga. El maestro de ceremonias coge el crucifijo de la mesa y una calavera y, dirigiéndose a cada uno de los hermanos que participan en la Tercera Orden les dice, mostrándoles la calavera: "Considera hermano lo que has de venir a parar". Y dándoles a besar el crucifijo, añade: "Este es el Dios que te ha de juzgar". Simultáneamente, el otro cofrade que le acompaña besa los pies a cada hermano.

El maestro de ceremonias enseña la calavera a los cofrades y les da a besar el crucifijo
El maestro de ceremonias enseña la calavera a los cofrades y les da a besar el crucifijo

Un cofrade besa los pies al resto de los hermanos
Un cofrade besa los pies al resto de los hermanos

   Al terminar el rezo del sexto decenario, el maestro de ceremonias, deja sobre la mesa la imagen de Cristo crucificado y la calavera y, dirigiéndose a otro cofrade de las filas, le ordena que releve al hermano de la cruz grande. De esta forma, se reza el séptimo decenario, durante el cual los hermanos realizan los mismos movimientos que en el segundo. M concluir con el Gloria, el hermano de la mesa hace sonar la campanilla y los cofrades de los elementos, se quitan las coronas y sogas, las besan y, tras besar el suelo, regresan a su puesto en las filas, desde donde rezarán un Padre nuestro, tres ave marías, un gloria y la letanía en latín.
   Tras la letanía, el sacerdote dice: "Dios te Salve María, hija de Dios Padre; Dios te Salve María, Madre de Dios Hijo; Dios te Salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo; Dios te Salve María, Santísima Señora Nuestra, concebida sin mancha de pecado original en el primer instante de su ser natural. Amén".
   Finalizada la oración, se reza una estación al Santísimo, durante la cual los cofrades de las filas permanecen con los brazos en cruz. A continuación, el sacerdote reza la "Oración para después de la Corona: Dios todo poderoso, que por la Purísima Concepción de la Virgen María nuestra Señora, previniste digna habitación y morada a tu Hijo el Verbo Eterno preservándola por sus infinitos méritos de toda mancha de pecado: Concédenos, Misericordiosísimo Señor, a los que rezamos su Corona, el que seamos libres de todos los males pasados, presentes y venideros. Por el mismo Jesucristo, nuestro Dios, y Señor, que con su majestad vive y reino en unidad de Espíritu Santo, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén".
   El acto concluye con un responso por las ánimas del Purgatorio. Si hasta entonces los hermanos han estado mirando en dirección al presbiterio, en el responso una fila de cofrades mira en dirección a la otra. Al terminar esta oración, los cofrades se arrodillan, besan el suelo, el sacerdote despide a los fieles y los hermanos regresan a la sacristía.

Con los brazos en cruz, los cofrades rezan un responso antes de concluir la Corona franciscana
Con los brazos en cruz, los cofrades rezan un responso antes de concluir la Corona franciscana

Los cofrades, de rodillas en las filas, tras el responso
Los cofrades, de rodillas en las filas, tras el responso

Antes de abandonar las filas y regresar a la sacristía, los cofrades besan el suelo
Antes de abandonar las filas y regresar a la sacristía, los cofrades besan el suelo
   Esta forma de desarrollar la Tercera Orden no está escrita en ningún libro de la cofradía. Ha pasado de generación en generación y los más jóvenes la han ido aprendiendo de los mayores.
   Con esta explicación espero que sí se entienda para qué mandó Pedro Joza que la cofradía tuviera las cruces, las coronas... Las diferencias entre cómo se reza ahora la Tercera Orden y cómo se rezaba en el siglo XVIII son notables. Entonces comenzaba con la confesión y los hermanos dedicaban media hora a la meditación antes de la Corona. Además, ahora para rezar un responso ya no se tiende un hermano en el suelo, representando a un muerto. Ni tampoco se manda salir de la Iglesia a las hermanas y a todas las mujeres para
"tener la disciplina" porque ahora ésta ya no se realiza. De la fecha hasta la que se celebraron todos estos ritos no ha sido posible obtener ningún testimonio. Los cofrades de más edad con los que he hablado no recuerdan nada parecido. Incluso la sorpresa que a más de uno le causó la referencia a cómo se rezaba el responso o a cómo se hacia la disciplina, era acompañada por un comentario aún más significativo: Ni cuando ellos fueron jóvenes oyeron nada parecido a sus mayores.
    Esto lleva a la conclusión de que al menos desde finales del pasado siglo ya no se mantuvieron aspectos originales de los Terceros Ejercicios, como pueden ser los de la disciplina o el responso con un cofrade representando a un difunto. Además, las fechas en las que mandaba la Regla rezar la Corona tampoco fueron las mismas.

Vista General de la colocación de los elementos  en la iglesia de Santa María
Vista General de la colocación de los elementos  en la iglesia de Santa María

LO QUE CUENTAN DE ANTES

   Es difícil situar el comienzo de la segunda etapa de la Tercera Orden e imposible conocer las causas que condujeron a la introducción de significativas modificaciones respecto a los Terceros Ejercicios. De cualquier modo, al menos desde finales del siglo pasado se celebraba la Tercera orden de distinta forma a como se creó. A finales de la década de los 60 no había ya cofrades suficientes en la Venerable Orden Tercera de San Francisco para poder rezar la Corona franciscana. Al igual que ocurrió en otros pueblos, muchos vecinos de la villa tuvieron que salir de Villavicencio para poder trabajar, y eso provocó que descendiera notablemente el número de cofrades de las hermandades religiosas.
   En la segunda etapa, la Tercera Orden ya no se celebraba todos los domingos "desde la Cruz de septiembre hasta San Juan de junio". Los cofrades se reunían para rezar la Corona Franciscana los lunes y miércoles de Cuaresma, el Domingo de Ramos, el Día de San José, el Jueves Santo por la tarde. al amanecer el Viernes Santo y el Día de San Francisco (4 de octubre).
   Todavía permanece fresco en la memoria de muchos hijos de Villavicencio el recuerdo de la Tercera Orden los días de Cuaresma y cómo algunos cofrades, los días laborables. iban desde el campo, donde estaban trabajando, a la Iglesia de Santa María, y dejaban las alforjas debajo de las escaleras que conducen al coro.
   A finales de la década de los 50, la cofradía de San Francisco tenía 56 hermanos (ahora, a mediados de la década de los 90 esta cantidad se ha reducido a la cuarta parte). El número de cofrades es un aspecto que diferencia a esta hermandad de otras ya que la cofradía de San Francisco no tiene ningún límite máximo de hermanos. Por el contrario, cofradías como la del Cristo o la de la Inmaculada si lo tienen. Así, en la del Cristo sólo se permite un máximo de 33 hermanos. en recuerdo de los años que vivió Jesucristo en la tierra, mientras que a la de la Inmaculada sólo pueden pertenecer 40 hombres (tres eclesiásticos y 37 seglares) con voz y voto (si alguno entraba por encima de ese número. no tenía derecho a voto).
   Cuando la Tercera Orden se celebraba en martes o viernes, se rezaban los decenarios dolorosos.
   El primer decenario estaba dedicado "Al dolor que padeció la Virgen en la circuncisión del Niño Dios y huida a Egipto" y su oración era: ¡Oh Madre, Virgen sin mancilla! Este decenario os ofrezco en memoria del penetrante dolor que padecisteis al ver el tormento que en su circuncisión recibió vuestro unigénito y las penurias de su inocencia y vuestra en el cruel destierro de Egipto. Y os suplico, afligida Madre, hagáis que circuncidados nuestros corazones de toda pasión y ambición terrena, llevemos con paciencia todo trabajo para que acompañados de tal Hijo v Madre, así pasemos por el destierro de esta vida, que logremos llegar a la verdadera patria que es la Gloria. Amén"
   El segundo decenario se rezaba "Al dolor que padeció la Virgen cuando perdió al Niño Jesús. ¡Oh Esposa Divina, la más afligida por más amante! Este decenario os ofrezco en memoria y recuerdo de vuestro dolor y amarga pena al veros por las calles y plazas de Jerusalén con desconsuelo de no hallar la única prenda de vuestro corazón. Y os suplico, amorosísima Madre, hagáis con vuestro amparo que el buscar a tan amante Dios sea nuestro único desvelo para que hallándole en esta vida por gracia, logremos poseerle en la otra por Gloria. Amén".
   El tercer decenario se rezaba "Al dolor que padeció la Virgen en la despedida de su amado Hijo y agonías del Huerto" con la siguiente oración: ¡Oh Amantísima Madre del mejor Hijo! Este decenario os ofrezco en memoria del penetrante dolor que atravesó vuestro virginal pecho al despedirse de Vos para padecer y morir vuestro Hijo amado y al derramar en sudor su purísima sangre entre las agonías del Huerto. Y os suplico afligida Madre, alcancéis de su Majestad el que despidiéndonos de todo lo que es mundo y ofensa suya, nos abracemos a su imitación con el padecer para con Vos alabarle en los gozos de la eternidad Amén".
   El cuarto decenario se rezaba "Al dolor que padeció lo Virgen por la Venta, Prisión, Azotes y Sentencia de muerte de su Unigénito. ¡Oh Madre de Compasión, María Señora nuestra! Este decenario os ofrezco en reverente recuerdo del activo dolor que habéis padecido al ver que alevosamente vendido vuestro Unigénito, preso y tratado como loco y facineroso, fue azotado con crueldad y sentenciado a muerte de Cruz. Y os suplico Madre de clemencia alcancéis de tan Divino Dueño que libres por su Gracia de las prisiones de nuestras culpas llevemos con paciencia las afrentas de esta vida para por favorable sentencia conseguir la honra de su eterna Gloria. Amén".
   El quinto decenario se rezaba "Al dolor que padeció la Virgen viendo a su Hijo con la Cruz afligido, crucificado y muerto. ¡Oh muy afligida Reina y dolorosísima Madre! Este decenario os ofrezco en memoria del amargo dolor que padeció vuestra inocencia al ver caminar a vuestro Unigénito afligido, con la Cruz hasta lo alto del calvario donde crucificado para más afrenta murió en cuanto hombre para darnos vida. Y os suplico, Pacientísima Madre, que pues lo sois de pecadores, hagáis que por lo mortificación y penitencia así vivamos crucificados a todo lo que es mundo, que abrazados con la Cruz en seguimiento de un Cristo subamos por tan firme Escala a la posesión de un Cielo. Amén".
   El sexto decenario se rezaba "Al dolor y angustias de la Virgen en el Descendimiento de su difunto Hijo» y la oración con la que concluía era: "¡Oh Virgen de las Angustias, María Madre de Dios! Este decenario os ofrezco en memoria del acerbo dolor y angustias que penetrantes cuchillos taladraron vuestro virginal Corazón y purísima Alma al ser bajado de la Cruz y puesto en vuestros brazos cual hacecillo de mirra el Cuerpo, ya difunto de tan martirizada Inocencia. Y os suplico, dolorosísima Madre, que pues fuimos la causa de tanta pena, nos alcancéis el que viviendo por amor y compasión, abrazados con tan Divino Dueño, así aborrezcamos todo culpa que perseverando en su unión por gracia logremos alabarle y alabaros en perdurable Gloria. Amén".
   El séptimo y último decenario doloroso se rezaba "Al dolor y Soledad de la Virgen al ser sepultado su Unigénito. ¡Oh Virgen de lo Soledad, Reina y Señora nuestra! Este decenario os ofrezco en reverencia de vuestro dolor y amarga soledad que océano de penas inundó vuestra Alma y Corazón al veros sin tal Hijo sola y sin consuelo entre gentío y Pueblo tan ingrato. Y os suplico (Oh Ciudad de Dios y Esposa Divina) nos alcancéis por tal desamparo y desconsuelo que pues nuestras culpas ocasionaron tan amarga ausencia, sea tal nuestra vida que nunca nos desampare y nos conserve en su gracia para poseerle en vuestra compañía por eternidades. Amén".
   Si la Tercera Orden se realizaba en miércoles o sábado, los decenarios que se rezaban eran los gloriosos.
   El primer decenario glorioso se dedicaba "Al soberano gozo de la Virgen en los prodigios de su Santísimo Hijo. ¡Oh Piadosísima Reina, amparo y refugio nuestro! Este decenario os ofrezco en reverencia de vuestro soberano gozo al ver los portentos y maravillas con que vuestro Divino Hijo y Señor nuestro franqueándonos los Tesoros de su Divina Misericordia daba principio a su Santa Iglesia y nueva Ley de Gracia. Y os suplico, Clementísima Madre, nos alcancéis de tan Soberano Dueño, que pues se dignó de admitirnos a su Apostólica Grey, precaviendo los insultos de la ciega infidelidad haga que, obrando como fieles cristianos y discípulos suyos en esta vida, le alabemos en vuestro compañía Bienaventurados en lo otra. Amén."
   El segundo decenario glorioso se rezaba "Al soberano gozo de la Virgen en la Resurrección de su Unigénito" y la oración era: "¡Oh Ciudad de Dios llena de Virtudes, Gracia y Gloria! Este decenario os ofrezco en memoria y culto de vuestro singular y especialísimo gozo al ver que resucitando glorioso y triunfante vuestro Divino Hijo y Señor nuestro nos franqueó a tantos desterrados las puertas del mejor Paraíso. Y os suplico, esperanza nuestra, hagáis con vuestra intercesión y amparo que resucitados o nueva vida con gracia, así vivamos en séquito de un Cristo, que olvidando todo lo que es mundo anhelemos sólo a las delicias de un Cielo. Amén".
   El tercer decenario glorioso se rezaba "Al soberano gozo de la Virgen en la Ascensión de Cristo nuestro Bien. ¡Oh Soberana Antorcha de la Iglesia y Lumbrera de la Gloria! Este decenario os ofrezco en reverencia del soberano gozo que tuvisteis al ver subir al Solio de su eterna Gloria al Divino Sol de Justicia, acompañado de tantos Santos y Justos cuantos por tan Divino rescate clamaban cautivos y prisioneros. Y os suplico, Abogada nuestra, que pues entonces se os dio el cargo de suplir su visible presencia con vuestras luces, las empleéis en dirigir nuestros pasos para subir a alabaros con tal Dueño en los eternos gozos. Amén".
   El cuarto decenario estaba dedicado "Al soberano gozo de la Virgen en la Venida del Espíritu Santo" y la oración que se rezaba era: "¡Oh Esposa Divina y Soberana Muestra de la Gracia! Este decenario os ofrezco en reverencia y culto del glorioso júbilo que habéis tenido al bajar el Espíritu Santo en misteriosas Lenguas de fuego sobre todo el Colegio Apostólico, presidido por Vos (Oh, Reina Soberana) como Maestra y Oráculo de la Santa Iglesia. Y os suplico, Madre de Piedad, hagáis con vuestra soberana eficacia que unido en caridad al Catolicismo y alentados sus Príncipes y Monarcas con tan Divino incendio sea único desvelo en todos al propagar la Fe y partido de la virtud a fin de que logremos todos la verdadera dicha de una eternidad. Amén".
   El quinto decenario glorioso se rezaba "Al gozo de la Virgen en su felicísimo tránsito. ¡Oh, Centro del Amor Divino y enamorada Esposa del Cordero! Este decenario os ofrezco en memoria del soberano gozo que tuvisteis en vuestro felicísimo tránsito cuando soberano Fénix en llamas de amor os sacrificasteis víctima de la caridad. Y os suplico, fervorosísima Madre, me comuniquéis parte de tan soberano incendio para que alejado de mi corazón todo amor mundano así viva y muera a impulsos de la caridad que logre acompañaros por una eternidad sin fin. Amén".
   El sexto decenario glorioso se dedicaba "Al soberano gozo de la Virgen en su Asunción a la Gloria. ¡Oh, Soberana Reina de los Angeles, María Señora nuestra! Este decenario os ofrezco en veneración y recuerdo de vuestro gloriosísimo gozo al ser llevada en Cuerpo y Alma al Imperial Trono de vuestra Gloria. Y os suplico (Gloriosísima Reina) inclinéis vuestros oídos y nos miréis desde allá con ojos de misericordia a cuantos, gimiendo en este valle de lágrimas necesitamos de vuestro amparo, para vivir y morir en gracia y veros y alabaros en perdurable gloria. Amén".
   El séptimo y último decenario glorioso se rezaba "Al soberano gozo de la Virgen en su gloriosa Coronación. ¡Oh, Emperatriz soberana y poderosísima Reina! Este decenario os ofrezco en memoria y culto de vuestro gloriosísimo gozo al veros elevada sobre todos los Serafines y coronada Reina y única Emperatriz del Cielo y Tierra, por toda la Trinidad Beatísima. Y os suplico (Princesa Divina) empleéis vuestra real eficacia en desterrar toda falsa Secta, eregía y Cisma para que todos fieles hijos de la Iglesia así vivamos en Fe y Caridad unidos en la Militante por gracia que merezcamos ser con vuestro amparo coronados en la Triunfante por Gloria. Amén". 
   Actualmente, la cofradía celebra el día grande de la fiesta de su patrón el 4 de octubre. La víspera, los hermanos se reúnen en la casa del mayordomo para acudir a la Iglesia de Santa María, donde rezan el rosario y se celebra una misa. Al día siguiente, por la mañana, sacan en procesión la imagen de San Francisco y luego celebran una misa solemne. Por la tarde, tras una merienda en casa del hermano que tiene la insignia, realizan el cambio de mayordomo. El día 5 asisten a una misa de honras en recuerdo de los cofrades difuntos.
   Para los actos de Semana Santa los cofrades de San Francisco visten un hábito de color marrón con cordones blancos, incluido el mayordomo. En los actos de la fiesta, sólo se ponen los cordones blancos y un escapulario, mientras que el mayordomo lleva una capa castellana. 
   Un detalle curioso. Ahora ya no hay majuelos en Villavicencio pero hace treinta años se podían contar varios. Algún cofrade de San Francisco recuerda aún que a principios de la década de los 60 hubo un año en el que por la fiesta de este santo (a comienzos de octubre) coincidieron todavía tres labores distintas en el campo: cosecha, vendimia y siembra. La causa, unas fuertes lluvias que obligaron a retrasar mucho la cosecha en algunas parcelas, lo que coincidió con la vendimia y con el comienzo de las labores de la sementera.

EL DESCENDIMIENTO

   Sólo veinticuatro horas después de la Tercera Orden, la Iglesia de Santa María es escenario de un acto que sobrecoge y en el que el silencio marca los momentos de mayor emoción.
   A las diez de la noche del Viernes Santo, los cofrades de San Francisco suben al presbiterio y se sitúan alrededor de una imagen (articulada) de Cristo crucificado. Detrás de la Imagen, apoyada en la cruz, instalan una escalera. A un lado, y en lugar destacado, se colocan las primeras autoridades locales. En el otro, los cofrades instalan un paso procesional, con la imagen de la Soledad.
   El sacerdote sube al púlpito y comienza a predicar. Generalmente, la plática que dirige a los fieles trata de situar la escena en el momento en el que José de Arimatea y José Nicodemo fueron al Calvario para bajar el cuerpo de Cristo de la cruz. En un momento determinado, el sacerdote ordena a un cofrade de San Francisco que suba a la escalera y que baje el letrero de INRI.
   Desde ese momento, un impresionante silencio se adueña del templo. Minutos después, el sacerdote vuelve a ordenar al cofrade que quite de la imagen del Cristo la corona y una soga de esparto (de las que han sido utilizadas por los hermanos el día antes en la Tercera Orden).
   Instantes después, el sacerdote manda a los cofrades que desclaven las manos y los pies del Cristo, comenzando por la mano izquierda, continuando por la derecha y finalizando con el clavo de los pies. Los golpes del martillo y la voz del sacerdote son los únicos sonidos en el templo.
   Una vez que los cofrades han desclavado la imagen, el sacerdote les ordena mostrarla a la Virgen de la Soledad.
   "Traedlo aquí y mirad cómo llora su madre, la pobre infeliz". Desde ese momento, en el templo sólo se oyen los pasos de los cofrades dirigiéndose hacia la imagen de la Virgen. Tras unos hermosos instantes, en los que las lágrimas dejan ver la emoción en el rostro de más de una persona, el sacerdote da la última orden: "Colocadlo en el sepulcro para su entierro".
   Esta última orden da paso a la procesión del Entierro de Cristo, en la que desfilan siete pasos y tres cruces procesionales (cada una perteneció a una parroquia del pueblo).
   Aún quedan muchos aspectos por descubrir relacionados con el Descendimiento y bastantes preguntas por responder. ¿Se encargó siempre la Venerable Orden Tercera de este acto? Si es así, ¿por qué no consta en el libro de la Regla y Constituciones? 
   Si por el contrario era otra hermandad la responsable de realizar el Descendimiento, ¿de qué cofradía se trataba?, ¿por qué en un momento determinado dejó de realizarlo?, ¿cuándo comenzó a encargarse de ello la Venerable Orden Tercera? Muchos interrogantes por responder que permitirán seguir investigando hasta hallar todas las respuestas.

Cofrades preparados para desclavar la imagen de Cristo crucificado
Cofrades preparados para desclavar la imagen de Cristo crucificado

Retiran el letrero con la inscripción INRI
Retiran el letrero con la inscripción INRI

Retiran la soga de esparto y la corona de la imagen de Cristo
Retiran la soga de esparto y la corona de la imagen de Cristo

Retiran el clavo de la mano izquierda
Retiran el clavo de la mano izquierda
Y DESPUÉS... ¿QUE?
   La procesión del Entierro de Cristo recorre las principales calles de la localidad. No hay ni un solo barrio que no sea visitado. Al día siguiente, se desmontan los pasos, se recogen las cruces, se guardan las imágenes, se limpia la iglesia... y a esperar otro año.
   Y es aquí donde entra en juego algo que he querido mantener al margen de este trabajo pero que, llegado este punto, me veo obligado a mencionar. Un buen amigo, que leyó estas notas antes de concluir la redacción definitiva, me comentaba, entre extrañado y sorprendido, que le habían dejado cierto poso que no sabía explicar. Y achacaba esa sensación a lo que yo le definí como desapasionamiento. Y es así porque he intentado realizar una explicación desapasionada de dos tradiciones religiosas. ¿La causa? Por ahora, seguro que vuelve a haber otro año, y otro, y otro. Pero, dentro de 18 años, ¿habrá también "el año siguiente" para que los pasos vuelvan a las calles del pueblo, para que los cofrades vuelvan a "pasear" las cruces, para que se rece la Corona franciscana, para que, en definitiva, continúe la tradición? Mi gran duda desde hace muchos años es: ¿volverán a caer en el olvido, otra vez, la Tercera Orden y el Descendimiento? 
   Muchas preguntas. Tal vez, demasiadas. Y estoy convencido de que no le corresponde contestarlas a mi generación. No debe hacerlo. Si las dos tradiciones han llegado hasta aquí no ha sido por imposición, ni por inercia. Nadie obligó a nadie. Tras permanecer varios años en el más inmerecido de los olvidos, en un momento determinado se planteó la posibilidad de volver a celebrar la Tercera Orden y el Descendimiento. Y se hizo. Y los jóvenes, los que no lo habíamos visto nunca o sólo teníamos un borroso recuerdo de la niñez. nos vimos con el hábito franciscano puesto y paseando las cruces. extendiendo los brazos, besando el suelo, haciendo, en definitiva. lo que hicieron antes nuestros mayores. 
   El problema, no nos engañemos. se planteará cuando transcurran unos cuantos años. ¿Por qué? En mi quinta, la de 1963, somos 14 personas. En la de mi hija, 29 años después, la de 1992, son dos. Ahí está la clave de futuro. Un dicho popular asegura que mientras hay vida, hay esperanza. Me permito trasladarlo a esta situación y decir que mientras haya vecinos, habrá tradición.
   Confío en que el silencio. la constancia. la emoción, la ilusión, la entrega, el cariño y la dedicación que siempre he visto en las personas de más edad de mi pueblo. y que han permitido que lleguen hasta aquí estas tradiciones, sean la fuerza que empuje hacia el futuro a quienes tenemos la enorme responsabilidad de garantizar que. igual que hemos recibido este legado de nuestros mayores. sepamos transmitirlo a las generaciones más jóvenes.

LAS COFRADÍAS Y LA ORDEN TERCERA

  Por Joaquín Díaz

   Una interpretación incorrecta e iconoclasta de la vida social, llegada sin duda desde las ciudades, dio un golpe mortal a las cofradías el siglo pasado. Pero las cofradías no eran solamente reuniones de fieles bajo la advocación de un santo patrón, sino la respuesta social a problemas que sólo en comunidad se podían resolver. Tan importante era (y así lo reflejan los estatutos) acudir a la celebración religiosa de la fiesta anual, como atender a los enfermos o cuidar del traslado y definitivo reposo de los muertos. Tan fundamental reunirse en capítulo o tomar la colación, como cumplir con las obligaciones (paradójicamente voluntarias) que cada cofrade prometía para mantener económicamente la institución.
   De la lectura de las reglas se desprende que muchas de estas cofradías perseguían, no sólo la perfección moral de sus miembros, sino una ordenada vida en Sociedad, pacífica y ejemplar.
    "Que no sólo tengan los hermanos paz entre sí, sino que la procuren entre los extraños", dice el capítulo V de la regla para la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Y continúa el capítulo XV: "Que los empleos no sean perpetuos y todos admitan con humildad lo que les dé la Venerable Junta". Normas prácticas, experimentales, que atienden tanto al mejoramiento del propio espíritu, como a la concordia y el bienestar entre vecinos.
   Esta misma Orden Tercera es la que ha mantenido dos tradiciones que, si bien se popularizaron en otras localidades de la provincia de Valladolid a partir del siglo XVIII, sólo en Villavicencio se han conservado. La Orden, tercera de las fundadas por San Francisco de Asís, fue aprobada de viva voz por el Papa Honorio III en 1221 y tuvo como primer título "Memorial del propósito de los hermanos y hermanas de penitencia que viven en sus casas". Reafirma este último concepto el Papa León XIII en 1883 cuando al publicar una constitución revisada para la Orden, escribe: "A la verdad, las dos primeras órdenes franciscanas, adiestrándose en la escuela de grandes virtudes. tienden más a lo perfecto y divino; mas estas dos órdenes son accesibles a pocos; es decir, sólo a aquellos a quienes se ha concedido por especial gracia de Dios aspirar con singular ahínco a la santidad de los consejos evangélicos. La Tercera Orden. sin embargo, nació para el pueblo".
   Para el pueblo son, en efecto, muchos de los ritos y oraciones que rodean los actos con los que la Venerable Orden conmemora la Pasión y muerte de nuestro Señor. Independientemente de ceremonias como el descendimiento, tradición del XVIII conservada ya en muy pocos lugares, determinadas costumbres, como la de rezar en la Corona un septenario (más dos avemarías) se basan en piadosas creencias como la de que la Virgen vivió 72 años antes de abandonar este mundo para ser trasladada al Cielo. Hay mucha discusión acerca de este punto, aunque el sabio alemán Euger, que publicó el texto árabe del Tránsito de la Bienaventurada Virgen María en 1854 tras descubrirlo en una biblioteca de Bonn, no dudaba en afirmar que la Virgen tenía 48 años en la época de la Pasión. Otros autores, como Evodio, citado por Nicéforo, calculaban que tendría 57 años cuando se produjo su tránsito. San Hipólito de Tebas decía que 59. San Epifanio sube a los 70 y Melitón, obispo de Sardis, sostiene que la Asunción tuvo lugar 21 años después de morir Cristo. La tradición franciscana acepta los 72 basándose en relatos apócrifos como el citado y tradiciones antiguas como "La Vie de trois Maries", del clérigo francés Jean Vennet, del siglo XIII, época en la que, por cierto, vive San Francisco de Asís.
   Sin duda es entonces cuando se produce una renovación en el interés por llevar a cabo representaciones sobre la Pasión de Cristo. El hecho de que existan textos como el de Montecasino (casi un siglo anterior. pues es de mediados del XII) y restos de tropos más antiguos ya dialogados, reflejan una tendencia a convertir los episodios evangélicos que narran la muerte de Jesús en drama litúrgico, representado generalmente dentro del templo. Así, el tropo llamado "Visitatio Sepulchri" se manifiesta como la primera escenificación conocida en España de tales pasajes. Que esa costumbre era ya popular en la Edad Media se evidencia en el comentario que hace el rey sabio Alfonso X, en la primera partida, título sexto, ley trigésimo quinta, cuando dice que los clérigos no deben hacer dentro de las iglesias juegos de escarnio; y continúa: "Pero representaciones hay que pueden hacer los clérigos. como el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, y también su Resurrección, que demuestra cómo fue crucificado y resucitó al tercer día".
   Esta tradición dramática se ve reforzada por autores posteriores, como Lucas Fernández, Lope de Vega y tantos otros, que elevan la costumbre a la categoría de obra de arte literaria. Todos ellos contribuyen en gran manera a lo largo de siglos, con la representación de sus obras, a desarrollar facultades como la memoria o la inteligencia, y a mantener viva la fe sobre todo en el medio rural, siendo por ello elementos de verdadera civilización, como todo aquello que enseña a pensar y contribuye a ennoblecer los sentimientos.

Los cofrades retiran el clavo de la mano derecha
Los cofrades retiran el clavo de la mano derecha
LA REPRESENTACIÓN DEL DESCENDIMIENTO.
NOTAS SOBRE SUS ANTECEDENTES

Por Antonio Sánchez del Barrio

   Los tropos y otros tipos de autos medievales en los que se glosan pasajes de las sagradas escrituras (y más concretamente los relacionados con la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor) son los primeros antecedentes que podemos espigar respecto al interesante rito del Descendimiento o Desenclavo. En el siglo X, dichos tropos se hallan insertos a lo largo de todas las secuencias de la celebración de la misa; sin embargo, tendrán que pasar varias centurias para que se produzca su transformación en «dramas litúrgicos», esto es, su paso de canto coral a representación dramática estrechamente unida a la liturgia. Asimismo, por estos tiempos -como apunta Fernando Lázaro Carreter en su obra Teatro Medieval- "al margen de la liturgia y de estos dramas litúrgicos, comienzan a aparecer otros actos paralitúrgicos o "dramas sacros" los cuales, aún teniendo el mismo carácter religioso, no se unían tan estrechamente al culto; se les representaba durante las ceremonias o después, y estaban inspirados a veces en fuentes no estrictamente litúrgicas".
   Los vestigios españoles más antiguos que conocemos de la representación del Descendimiento nos llevan a las tierras del antiguo Reino de Mallorca, donde se conservan textos (en lengua romance) y técnicas de escenificación de versiones de la Pasión de Cristo nada menos que de las últimas décadas del siglo XIII y de las primeras del XIV. Por estas fechas, el rito del Descendimiento pertenece aún a una dramatización general de la Pasión, no siendo, por tanto, un núcleo dramático autónomo y sin diálogos, tal y como se representa en la actualidad. A partir de entonces, y sobre todo a lo largo del siglo XV, se extienden por toda la península, con mayor arraigo en el área oriental (Cataluña, Valencia, Mallorca...), que en el occidental (Castilla, Galicia, Asturias...), donde no se difunde definitivamente hasta la centuria siguiente.
   Más adelante, a partir del Concilio de Trento (1545-1563), se establece definitivamente la costumbre de representar esta escena de forma autónoma y sin estar enmarcada dentro de una dramatización general de la Pasión de Nuestro Señor, hecho que ocurre del mismo modo con pasajes como: el lavatorio de los pies, la quema de "el judas", las lágrimas de San Pedro, encuentros de imágenes ya sean dolorosos o gozosos, etc. La intención, fundamentalmente catequizadora. es ahora la de mostrar de forma sencilla los hechos narrados en los Evangelios, para que el pueblo pudiera revivirlos -incluso participar directamente en ellos- siempre con un lenguaje de gestos simbólicos. A raíz de esto, las primitivas representaciones medievales se convierten en rituales mucho más complejos, con escenificaciones truculentas y altas dosis de teatralidad, muy acordes con el espíritu trentino. Así, y a modo de ejemplo, pueden encontrarse innumerables lugares donde aún se veneran imágenes articuladas, no sólo de Cristos con brazos móviles, sino también Dolorosas con complicados juegos mecánicos de ejes y poleas en su cuello, manos, brazos para poder estrechar a su Hijo en el regazo o engujarse el llanto con un pañuelo, en las escenas finales de la representación del Descendimiento, como nos cuenta, en un célebre pasaje, el Padre Isla en su Fray Gerundio.
   Algunos estudiosos del rito han aportado opiniones de interés acerca del sentido de estas representaciones y de las transformaciones que han variado su carácter primitivo. Entre ellas, recordemos la de Maximiano Trapero quien, en El Auto Religioso en España, hace referencia al sentido "ejemplificador" de los dramas litúrgicos antiguos, diferenciándolos de los más modernos en que en éstos prevalece el carácter de celebración; por su parte, Antonio Cea, en su ensayo Del rito al teatro..., al analizar los restos de representaciones litúrgicas de la provincia de Salamanca, recuerda la distinción que debe hacerse entre la commemoratio y la repraesentatio precisamente "cuando la imagen aislada pasa a ser grupo escultórico por la incorporación de más de dos figuras... De este modo, lo que era objeto de adoración se convierte en mera narración piadosa o paso".
   Con todo, el hecho de que lugares como Villavicencio de los Caballeros mantenga desde hace siglos la representación ritual del Descendimiento, nos habla del deseo de sus gentes por mantener viva, no sólo una tradición religiosa varias veces centenaria, sino, lo que es más importante, una creencia que hace pensar en un modo sabio y profundo de entender la existencia.

Los hermanos de San Francisco bajan la imagen de la cruz
Los hermanos de San Francisco bajan la imagen de la cruz

LA PASIÓN DE VILLAVICENCIO

Por Carlos Blanco

   Hay pocas sensaciones tan sobrecogedoras como el sonido, seco y duro, de los mazazos que los hermanos de la Venerable Orden Tercera proveen, en el interior silencioso del templo de Santa María, a los maderos de la cruz al desclavar su Cristo. O cuando cruje la madera al girar los brazos del crucificado. Viéndoles, advirtiendo de cerca sus rostros graves, duros e inconsolables, diríase que asistimos al momento preciso en que José de Arimatea desciende a Jesús de la Cruz, poco antes de que guardara su sangre en el mítico Grial. Aquel cáliz tras el que cabalgaron los caballeros del Rey Arturo.
   Sin duda fue uno de los episodios más dramáticos de la pasión de Cristo y los de Villavicencio se sitúan sin dificultad a la altura de las circunstancias. No en vano celebran esta ceremonia en la noche tenebrosa del Viernes de la Cruz, desde hace casi tres siglos. Ahora es algo más que un sedimento de la rica y barroca mentalidad del siglo XVIII, custodiada por fortuna en este pueblo de la Tierra de Campos vallisoletana. Una comarca pelada y misteriosa, cuajada de dominios templarios y reliquias veraces, traídas desde Tierra Santa por peregrinos y cruzados.
   Las imágenes de madera que se procesionan en la Semana Santa, con su grave monumentalidad y gestos exagerados, estaban destinadas a servir de Evangelio en las plazas públicas. A transmitir piedad y sobrecogimiento a los fieles. En Villavicencio de los Caballeros, aún poseyendo imágenes procesionales, prefirieron ir más allá y ser ellos mismos los que sintieran por dentro los misterios de la pasión. De ahí la dramatización del desenclavamiento de Cristo. Del entierro de Jesús, en la noche del Viernes Santo, tras arrancar de la cruz el infame INRI y, a seguido, los clavos que traspasaron sus brazos y piernas.
   Cualquiera que lo haya visto comprueba con asombro que no se trata de "actores populares" participando en una representación. Es mucho más. Los gestos de sus gentes, tristes y desconsolados, casi tanto como los de la Dolorosa ante quien presentan su hijo muerto, corresponden a los de personas abatidas por un sincero sufrimiento... Y no es para menos. 
   Villavicencio de los Caballeros es uno de los escasos enclaves donde aún podemos ver el descendimiento de un Cristo articulado. Hubo más en la provincia de Valladolid. Existen testimonios y documentos que nos hablan de otras ceremonias parecidas como, por ejemplo, en Olmedo. Y no deben ser pocos los cristos "descendedores" que aún pueden descubrirse en los templos parroquiales de la provincia. Es posible que alguno permanezca en el más absoluto desconocimiento y olvido. Suspendidos en la cruz o en el interior de una urna de cristal. Pero, en su búsqueda, no debemos equivocarnos. A veces sucedió al revés. Algún Cristo en la cruz, sin ser articulado, fue transformado en yacente por las manos de un experto carpintero. Un buen ejemplo de ello podemos verlo, a poco que nos fijemos, en la capilla del Santo Sepulcro de Tordesillas.
   Con ser milagrosa hoy día la existencia de esta celebración, aún lo es más la pervivencia de la Cofradía que la ha conservado en su seno. La Venerable Orden Tercera de San Francisco, guardadora del libro fundacional y reglas. Y de sus ritos y misterios. Las cruces verdes, las sogas y escabeles, las coronas de espinas... Y las calaveras.
   Es durante el rezo de los decenarios, el rosario de la Corona franciscana, cuando un hermano cofrade acerca a otro, a la altura de sus ojos, el cráneo mondo de un anónimo antepasado del pueblo; y le espeta: "Considera hermano lo que has de venir a parar. Un Dios te ha de venir a juzgar".
   Tenebroso y efectista, sí, pero no hay que amedrentarse más de lo necesario. Es Jueves Santo y de esta manera se inician en la tragedia que vivirán horas después. No es más que la conjura de los hombres ante la muerte, presentida y necesaria, de un Dios. Una apelación para que la reacción regenerativa, que persigue cualquier celebración festiva, provea el efecto deseado y querido. La resurrección. El mito del eterno retorno.

Los cofrades se dirigen hacia el "paso" de la Virgen de la Soledad.
Los cofrades se dirigen hacia el "paso" de la Virgen de la Soledad

 DEFENDER LA TRADICIÓN

Por Ángel Cuaresma

   Sintiéndome muy pequeñito al lado de prestigiosas plumas pero, al tiempo, razonablemente satisfecho por la posibilidad de escribir de lo que me gusta (de nosotros, de lo nuestro, de nuestra tierra) me apresto a la tarea fácil y siempre agradable por evidente de proclamar a los cuatro vientos lo que somos pero, sobre todo, lo que nos merecemos, lo merecen las gentes de una tierra que, durante siglos. han escrito la Historia con el molde de la cultura y hoy se ven escasamente reflejadas en el anonimato de la humildad.
   Por todo ello, por lo mal que siempre se ha tratado a esta tierra, a Valladolid y a Castilla y León y, sobre todo, entonemos el "mea culpa", por lo poco que nosotros mismos hemos hecho por defender lo nuestro, se hacen necesarias obras como la presente, a cuyo valor yo soy ajeno.
   Las tradiciones de nuestros pueblos y ciudades se extienden por doquier salpicando una geografía variopinta que sólo en algunas comarcas, como Tierra de Campos, tiene que ver con la parcial descripción de la Generación del 98 que tanto daño nos hizo al colgarnos el "sambenito" de los tópicos. Nuestra Semana Santa. por austera y artística, por ser verdadera y poco comercial, sigue sufriendo el lastre de los segundones, del quiero y no puedo porque valgo pero no me dejan y, dado que, desde fuera, no nos van a echar una mano, hora es ya de que salgamos de nuestro peculiar oficio de tinieblas para que nuestra cultura experimente la gloria de un nuevo Domingo de Resurrección, que nuestro arte, nuestras tradiciones, nuestra literatura. nuestro modo de ser, nuestra hospitalidad, nuestro amor por el trabajo y lo serio revivan una Pascua perenne.
   Un secreto, un pequeño detalle: Apenas transcurridas unas horas después de que el autor de este libro me propusiera tan honrosa tarea, viajaba por la incomprendida Tierra de Campos, en buena compañía, camino de la montaña, también contribución hermosa al paisaje y al sentir de nuestra Castilla y León, con el ánimo de recalar en Villavicencio de los Caballeros, hospitalario por los cuatro costados. Pero antes, apenas a unos kilómetros del cruce, Ceinos de Campos. Y, allí, once de la mañana, una estampa hermosa que, cuando se lean estas líneas, puede que haya desaparecido: Un grupo de niños, bajo un cielo azul sólo comparable al de Madrigal de las Altas Torres y un tímido sol que quería cortar la helada de enero, jugaba en el patio de la escuela en su media hora de recreo.

Los hermanos muestran la imagen de Cristo a la Virgen
Los hermanos muestran la imagen de Cristo a la Virgen
   Defendamos nuestras tradiciones, aboguemos por nuestros pueblos, escribamos sobre Valladolid, sobre Castilla y León, sobre nuestros mayores... si queremos, de verdad. seguir disfrutando de una hora de sol en la mañana de Tierra de Campos, de las procesiones y otros actos de Semana Santa en los pueblos más apartados, de esas canciones que no aparecen en el romancero y que conservan los ancianos (pero ojo, que el tiempo apremia y nuestros niños ya no las aprenden en la escuela), de esas fiestas en las que no es necesario que corra el alcohol o el ruido, simplemente una hoguera y un poquito de sentimiento y sensibilidad.
   Tenemos mucho de qué presumir. Hemos tenido más y lo hemos dado de forma altruista. Hemos cometido muchos errores puesto que no hemos valorado su importancia quizá porque quien es no necesita aparentar ni exagerar. Pero me permito la licencia de lanzar un serio toque de atención a los vallisoletanos, a los castellano-leoneses que. a fuerza de humildad, generosidad, hospitalidad y casi me atrevería a decir cosmopolitismo, casi hemos perdido u olvidado lo mejor de nosotros mismos.
   Ahora es el momento, no de ponerse a trabajar porque eso es lo que siempre hemos hecho. Tampoco es tiempo de rectificar, aunque ello sea de sabios. Se trata, y ya se que no es tarea fácil, de mantener lo mejor de nosotros mismos pero desterrando la ingenuidad que muchas veces nos ha caracterizado.

   Esto no es, querido lector, una llamada al nacionalismo, ni al regionalismo. Líbreme Dios de caer en racismos de los que la historia de la violencia y la sinrazón está llena. Tampoco voy a hablar de patria, porque es la excusa de unos para vivir a costa de otros y porque, qué curioso, creo que la persona, el ser humano, está por encima de lo abstracto, de conceptos geográficos y políticos ocasionales. Además, ¿qué son 500 años comparados con la historia de la Humanidad? Y no digo ya con la eternidad.
   Pero al menos, permítaseme una llamada de atención, que no un SOS aunque la procedencia de las siglas sea respetable, para esta nuestra tierra, para nuestra provincia y nuestra comunidad, o para la comarca, o para el pueblo de al lado. No sé que será de esta tierra cuando se lean estas humildes líneas. Ni me atrevo a pronosticar cuál será la configuración de los territorios porque conozco de donde venimos pero no nuestro destino. Sin embargo, sí estoy seguro de una cosa: de las maravillas de nuestro paisaje, del carácter de nuestras gentes, de la importancia de nuestra cultura y de la responsabilidad que todos tenemos para que quienes nos sucedan y ocupen el sillón de la vida puedan sentirse orgullosos de lo que sus predecesores hicieron. 

Los cofrades colocan la imagen de Cristo en el sepulcro
Los cofrades colocan la imagen de Cristo en el sepulcro